"Si hoy conociera por
primera vez a la Legión de Cristo sin duda le daría mi "sí" otra vez
a Dios en ella. Aquí aprendí a amar a Jesús, a la Iglesia, al Papa y a las
almas; aquí conocí a grandes amigos, unos que ya no están físicamente conmigo
pero que les sigo apreciando tanto. Esa es mi verdad y mi tesoro. Cada día la
veo con más amor: porque es la Legión del que me llamó. Por él vine y por él sigo aquí". Ha sido la declaración de un Legionario de Cristo, de un consagrado verdaderamente enamorado de su vocación y de su comunidad, de un joven consciente de un pasado, pero lleno de esperanza por un futuro. Cuando he leído la carta escrita por Jorge a su superior, he quedado admirado de tan bellos y profundos sentimientos expresados en palabras, que denotan a un joven valiente y de nobles sentimientos, que no quiere quedarse en silencio del anonimato, sino, quiere expresar a viva voz que es el amor más fuerte que el sufrimiento, del cual estamos inmersos.
Muy estimado en Cristo, padre Álvaro:
Como tantas otras cartas que le he escrito en el pasado, ésta también
pudo haber sido de carácter estrictamente privado. Sin embargo, deseaba hacer
pública mi cercanía espiritual y, de un modo muy especial, mi gratitud por todo
lo que ha supuesto este periodo en la historia de nuestra familia religiosa
especialmente para usted.
Me mueve a ello el ser testigo directo de todo lo que usted y los demás
superiores han hecho y siguen haciendo por nosotros y por tantas otras
personas, no sólo para transmitirnos con claridad y caridad los hechos tristes
y siempre reprobables en la vida del fundador, sino también para acompañarnos y
motivarnos para ser fieles al llamado recibido de Dios nuestro Señor.
En los meses anteriores usted ha respondido a mis correos electrónicos,
a mi correspondencia epistolar, a mis preguntas personales, e incluso tuvo el
noble detalle de llamarme por teléfono para preguntarme cómo estaba. No somos
pocos en la Legión de Cristo y tampoco son pocos sus compromisos. Pero quiso
llamarme, ha querido responderme y salir al encuentro. Yo he sido testigo de
ello y le agradezco infinitamente.
En el último año y medio se han manejado todo tipo de versiones respecto
a la Legión de Cristo y ahora mismo se proyectan otra gran cantidad de
cavilaciones sobre nuestro futuro. Sólo el Señor sabe cuánto sufrimiento ha
habido también en nuestras almas, en nuestros corazones, y cuánta soledad
humana, aunque siempre con la compañía de Jesucristo, que es al único que
necesitamos para seguir adelante. Gracias a Dios, estamos en Sus manos, por
medio de su Vicario, y eso es lo que nos da paz. Las palabras del Papa hacia la
Legión han sido y siguen siendo una motivación para asirnos todavía más a la
“roca de Pedro”. Qué significativa ha sido la presidencia del Santo Padre en
las recientes reuniones de los visitadores en el Vaticano, más cuando no estaba
prevista. La presencia de Benedicto XVI pone de manifiesto el vivo interés del
Papa hacia nosotros.
No le puedo ocultar que en algún momento (ya superado) el coraje inundaba
el corazón porque muchas de las palabras que escribían o decían algunos
periodistas y otras personas no reflejaban la verdad acerca de la realidad que,
al menos yo, he podido constatar personalmente dentro de la Legión de Cristo.
Me causaban especial tristeza las acusaciones contra su persona, contra
algunos cardenales, incluso contra el Papa, y la construcción de otras leyendas
como nuestro supuesto patrimonio multimillonario, entre tantas otras cosas. Era
penoso no encontrar en todas esas afirmaciones más pruebas que las
suposiciones, los juicios de valor, el “decir que otros dicen”, la facilidad al
prejuicio, a la descalificación y al estigmatizar a personas por el sólo hecho
de estar cercanos a la Legión de Cristo, tanto eclesiásticos como familias con
derecho a la honra, pero sin pruebas contundentes que avalaran las
afirmaciones. Parecía que el prejuicio negativo fuera la regla válida y
aceptada si se trataba de nuestra congregación.
Con el pasar de los meses ese coraje se ha convertido en oportunidad
para la oración. Es en el Sagrario donde Dios da las respuesta y nos da su
fuerza para mirar el futuro con esperanza, no en la prensa.
Hace poco leía el libro el “El don de la paz”, del cardenal Joseph
Bernardin. Tras leerlo, he sentido compasión por todos esos periodistas que
necesitan hacer carrera a costa de titulares y noticias, o a los que el devenir
de la información –y en algunos casos también la deficiente formación– arrastra
a construir historias y a dar por ciertas las propias fantasías que, hechas
hacia otros grupos humanos, les podía haber arrojado una demanda judicial por
perjurio, calumnia, agravio y difamación. Ahora rezo por ellos pues son almas
que el Señor quiere que vayan al cielo. Algunos, además, aman verdaderamente a
la Iglesia y quieren también nuestro bien. A no pocos los conozco por el
trabajo apostólico que un servidor realiza en diversos medios de comunicación y
les agradezco tanto su amistad y cercanía; tanto ellos como otros no conocen
todo el contexto en el que se desarrollaron muchos de los hechos ahora
conocidos, el itinerario de vida de usted y otros sacerdotes ejemplares, ni las
circunstancias vividas dentro de la Legión antes y ahora.
He pensado en todas esas personas que sufren por lo que la Legión de
Cristo en particular, y la Iglesia en general, están afrontando. Como lo ha
expresado el Papa en su carta a los irlandeses, merecen todo nuestro respeto,
cercanía y, especialmente, nuestro testimonio de fidelidad y santidad. Pienso
en las víctimas de los abusos de Marcial Maciel y en otras víctimas de otros
clérigos. Sólo puedo ofrecerles mi oración sincera y mi cercanía de hermano en
la fe. Sufrimos con ellos porque somos parte del mismo cuerpo místico de
Cristo.
Y también pienso en mis hermanos legionarios, en las señoritas
consagradas y en todos esos seminaristas, religiosos, religiosas y sacerdotes a
los que hoy se les denigra por el sólo hecho de ser aquello que son.
Precisamente en el contexto del año sacerdotal.
Cuánto me han ayudado esas palabras de aliento que el Papa redactó en su
carta a los irlandeses y cuya validez y resonancia es universal porque nos
llega y toca tanto a quienes hemos sufrido pero queremos seguir respondiendo a
Dios, a la Iglesia, a cada alma encomendada con nuestra fidelidad:
“Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de
nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada (…). A la luz del
escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los
fieles laicos, sino también entre vosotros y vuestras comunidades religiosas,
muchos os sentís desanimados e incluso abandonados. Soy también consciente de
que a los ojos de algunos aparecéis tachados de culpables por asociación, y de
que os consideran como si fuerais de alguna forma responsable de los delitos de
los demás. En este tiempo de sufrimiento, quiero dar acto de vuestra dedicación
cómo sacerdotes y religiosos y de vuestro apostolado, y os invito a reafirmar
vuestra fe en Cristo, vuestro amor por su Iglesia y vuestra confianza en las
promesas evangélicas de la redención, el perdón y la renovación interior. De
esta manera, podréis demostrar a todos que donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia (cf. Rm 5, 20)”.
“(…) Por encima de todo, os pido que seáis cada vez más claramente
hombres y mujeres de oración, que siguen con valentía el camino de la
conversión, la purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia (…)
cobrará nueva vida y vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder redentor
de Dios que se hace visible en vuestras vidas”.
Soy Legionario de Cristo desde hace 9 años. Estoy orgulloso de serlo, de
que el Señor me haya llamado a esta familia religiosa donde yo aprendí a amarlo
a Él, a su Iglesia, a las almas, a cada alma. Soy un milagro de Dios porque
cada vocación lo es.
Una vez más, padre Álvaro, gracias por enseñarnos que con humildad y
caridad podemos mirar con fe y esperanza el futuro. Usted repite frecuentemente
aquel lema pontificio de Juan XXIII “Obediencia y paz”. Y ya estamos viviendo
esa paz porque vivimos en obediencia a lo que el Señor nos está pidiendo en
estos momentos de nuestra historia. Así, el futuro no es incierto porque
sabemos de antemano que acogeremos con amor lo que Dios nos diga a través del
Papa. ¿Y puede haber mayor paz que la de caminar al paso de la Iglesia, de la
mano del Vicario de Cristo?
La oración colecta del día de hoy decía: “Señor nuestro, que nos has
dado la libertad y la salvación por medio de la sangre de tu hijo, concédenos
vivir siempre para ti, y en ti encontraremos la felicidad eterna”. Justo hoy el
Señor nos recuerda para quién vivimos y cómo, en la medida que vivimos para Él,
seremos felices, como de hecho ya lo somos tantos a los que Dios nos ha
llamado, encontrado y recibimos ejemplos luminosos de vida sacerdotal como el
suyo. Le pido su bendición y cuente siempre con mis oraciones.
Afectísimo en
Jesucristo:
Jorge Enrique
Mújica, LC
Publicado por ReligioenLibertad